

¿Acaso no derroté a mis enemigos en el momento que los convertí en mis amigos?
-Abraham Lincoln
Dicen que la gente de éxito tiene tres cosas en común: motivación, capacidad y oportunidad. Si queremos alcanzar el éxito, necesitaremos además trabajo, talento y suerte. Hay, sin embargo, un cuarto ingrediente, un ingrediente crítico pero que a menudo pasa desapercibido: el éxito depende en gran parte de cómo interactuamos con los demás.
Cada vez que interactuamos con alguien, debemos elegir entre intentar conseguir el máximo valor posible para nosotros o contribuir a que el otro consiga valor sin preocuparnos por lo que recibimos. Es decir, elegir entre ser «receptores » o ser «donantes».
Dar y recibir te descubrirá la clave del éxito de quienes se vuelcan en los demás y cambiará para siempre tus percepciones sobre el triunfo y el fracaso. Pero te enfrentará a una paradoja: poner en práctica las ideas de este libro no te funcionará si sólo te mueve la ambición por conseguir el éxito.
Adam Grant es el profesor más joven y mejor valorado de The Wharton School. Combina su labor pedagógica con la investigación. Como consultor y conferenciante cuenta con clientes como Google, la NFL, IBM, GlaxoSmithKline, Goldman Sachs, el Foro Económico Mundial y el ejército y la marina de Estados Unidos. Ha sido distinguido como uno de los profesores predilectos de Business Week y su nombre consta entre los cuarenta profesores más destacados del mundo menores de cuarenta años. Posee un doctorado en Psicología de las Organizaciones por la Universidad de Michigan y una licenciatura en Humanidades por la Universidad de Harvard.
Incluyo una sorprendente historia que contiene el libro.
Consideremos las batallas políticas de un pueblerino que respondía por el nombre de Sampson. Decía que su objetivo era convertirse en el «Clinton de Illinois» y puso sus miras en hacerse con un escaño en el Senado. Habiendo pasado su juventud trabajando como granjero, Sampson era un candidato improbable para un despacho político. Pero Sampson tenía mucha ambición; con sólo veintitrés años, se presentó por primera vez a las elecciones de su Estado con vistas a tener un escaño. Había un total de trece candidatos, y sólo los cuatro primeros obtenían escaño. Sampson obtuvo un resultado poco brillante, puesto que acabó en octavo lugar.
Perdida esta carrera, Sampson se volcó en los negocios y pidió un préstamo para poner en marcha una pequeña tienda junto con un amigo. El negocio fracasó y Sampson no pudo devolver el crédito, de manera que las autoridades locales le embargaron las propiedades. Poco después, su socio murió sin dejar bienes y Sampson tuvo que cargar también con su deuda. En broma, Sampson se refería a su pasivo como «la deuda nacional»: debía un importe equivalente a quince veces sus ingresos anuales. Le llevó años, pero acabó devolviendo hasta el último centavo.
Después de su fracaso en el mundo de los negocios, Sampson se presentó por segunda vez a las elecciones legislativas de su estado. Pese a tener sólo veinticinco años de edad, acabó segundo y consiguió un escaño. Para acudir a su primera sesión parlamentaria, tuvo que pedir dinero prestado para comprarse su primer traje. Sampson conservó su escaño durante los ocho años siguientes y entretanto obtuvo una diplomatura en Derecho. Al final, con cuarenta y cinco años de edad, se consideró preparado para aspirar a un escaño a nivel nacional. Y se presentó como candidato al Senado.
Sampson sabía que lo suyo era una batalla cuesta arriba. Tenía dos oponentes destacados: James Shields y Lyman Trumbull. Ambos habían sido jueces de la Corte Suprema y tenían unos antecedentes más privilegiados que Sampson. Shields, titular ya del escaño que se presentaba a su reelección, era sobrino de un congresista. Trumbull era nieto de un destacado historiador de Yale. En comparación, Sampson tenía poca experiencia e influencia política.
En la primera encuesta, Sampson apareció sorprendentemente en cabeza, con un cuarenta y cuatro por ciento de apoyos. Shields le seguía de cerca, con un cuarenta y uno por ciento, mientras que Trumbull estaba muy rezagado, con sólo un cinco por ciento. En la encuesta siguiente, Sampson había ganado terreno, haciéndose con un cuarenta y siete por ciento de los posibles votos. Pero la marea empezó a cambiar cuando se sumó a la carrera un nuevo candidato: el gobernador del Estado, Joel Matteson. Matteson era popular y tenía el potencial necesario para robarles votos a Sampson y Trumbull. Cuando Shields se retiró de la carrera electoral, Matteson cogió rápidamente la delantera. Matteson tenía el cuarenta y cuatro por ciento, Sampson descendió al treinta y ocho por ciento y Trumbull estaba sólo en el nueve por ciento. Pero horas después, Trumbull ganó las elecciones con un cincuenta y uno por ciento, superando por muy poco a Matteson, que se quedó con un cuarenta y siete por ciento.
¿Por qué se derrumbó Sampson y cómo hizo Trumbull para subir con tanta rapidez? El repentino cambio de posiciones fue debido a una decisión que tomó Sampson, afectado por un carácter donante patológico. Cuando Matteson se sumó a la carrera electoral, Sampson empezó a dudar de su capacidad de conseguir apoyo suficiente como para hacerse con la victoria. Sabía que Trumbull tenía un grupo de seguidores pequeño, pero fiel, que nunca lo abandonaría. De haberse encontrado en el pellejo de Sampson, la mayoría habría ejercido presión sobre los seguidores de Trumbull para intentar que cambiasen de bando. Al fin y al cabo, con sólo un nueve por ciento de apoyo, el triunfo de Trumbull era una posibilidad muy remota.
Pero la principal preocupación de Sampson no era salir elegido. Sino impedir la victoria de Matteson. Sampson era de la opinión de que Matteson desarrollaba prácticas muy cuestionables. Algunos espectadores habían acusado a Matteson de tratar de sobornar a votantes influyentes. Sampson disponía de información fiable que le aseguraba que Matteson había abordado a algunos de sus seguidores más destacados. De no parecer que Sampson tenía alguna posibilidad, argumentaba Matteson, los votantes cambiarían sus lealtades y le votarían a él.
La inquietud de Sampson por los métodos de Matteson acabó resultando profética. Un año más tarde, cuando Matteson estaba al final de su período como gobernador, hizo efectivos al cobro viejos cheques del gobierno caducados, o hechos efectivos anteriormente, pero que nunca habían sido cancelados. Matteson se embolsó varios cientos de miles de dólares y fue acusado de fraude.
Además de albergar sospechas con respecto a Matteson, Sampson creía en Trumbull, puesto que tenían puntos de vista comunes acerca de muchos problemas. Durante varios años, Sampson había realizado una apasionada campaña a favor de un cambio importante tanto en política como en lo social. Creía que era un asunto vital para el futuro del Estado y Trumbull y él coincidían en este sentido. De modo que en lugar de intentar convertir a los seguidores leales a Trumbull, Sampson decidió caer sobre su propia espada. Le dijo a su director de campaña, Stephen Logan, que pensaba retirarse de la carrera electoral y pedir a sus seguidores el voto para Trumbull. Logan no podía creérselo: ¿por qué con tanta cantidad de seguidores tenía que entregar las elecciones a un adversario con menos seguidores? Logan rompió a llorar, pero Sampson no cedió. Se retiró y pidió a sus seguidores que votaran a Trumbull. Esto fue suficiente para impulsar a Trumbull hacia la victoria, que consiguió a expensas de Sampson.
No era la primera vez que Sampson ponía los intereses de los demás por delante de los suyos. Antes de ayudar a Trumbull a ganar la carrera hacia el Senado, y a pesar de conseguir elogios por sus labores como abogado, el éxito de Sampson se vio amortiguado por un aplastante sentido de la responsabilidad. No era capaz de defender a clientes si intuía que eran culpables. Según uno de sus colegas, los clientes de Sampson sabían que «ganarían el caso… si era justo; de no ser así, era una pérdida de tiempo intentar que los defendiera». En un caso, Sampson tenía un cliente acusado de robo y Sampson abordó al juez de la siguiente manera:
-Si puede usted decir algo por este hombre, hágalo; yo no puedo. Si lo intento, el jurado verá que creo que es culpable y lo condenará.
En otro caso, durante un juicio por un crimen, Sampson se inclinó hacia uno de sus socios socios y le dijo:
–Este hombre es culpable; defiéndelo tú, yo no puedo. -Sampson pasó el caso a su socio, ignorando con ello unos honorarios muy sustanciosos.
Este tipo de decisiones le proporcionaron respeto, pero suscitaron también preguntas sobre si era lo bastante tenaz como para tomar decisiones políticas complicadas.
Sampson «se acerca mucho al hombre perfecto -comentó uno de sus rivales políticos-. Sólo le falta una cosa». El rival explicaba que Sampson no era una persona adecuada para el poder porque dejaba que su preocupación por los demás influyera en exceso su criterio. En política, actuar como donante fue una desventaja para Sampson. Su reticencia a ponerse por encima de los intereses de los demás le costó la elección al Senado y dejó a los espectadores preguntándose si era lo bastante fuerte para el implacable mundo de la política. Trumbull era muy potente en los debates; Sampson era un blandengue.
-Siento mi derrota -reconoció Sampson, pero se mantuvo en sus trece defendiendo que la elección de Trumbull serviría para que se produjeran avances en las causas que compartían.
Después de las elecciones, un periodista local escribió que, comparado con Sampson, Trumbull era «un hombre con talento y poder más reales».
Pero Sampson no estaba dispuesto a quedarse para siempre apartado. Cuatro años después de ayudar a Lyman Trumbull a conseguir su escaño, Sampson volvió a presentarse a las elecciones. Volvió a perder. Pero durante las semanas previas a la votación, uno de los seguidores más francos de Sampson fue ni más ni menos que Lyman Trumbull. El sacrificio de Sampson había dado como consecuencia la buena disposición de su rival y Trumbull no fue el único adversario que se convirtió en su defensor, como respuesta al carácter donante de Sampson. En la primera carrera hacia el Senado, cuando Sampson tenía el cuarenta y siete por ciento de los votos y parecía estar a punto de hacerse con la victoria, un abogado y político de Chicago llamado Norman Judd, lideró un potente cinco por ciento que nunca abandonaría su lealtad hacia Trumbull. En la segunda apuesta al Senado de Sampson, Judd se convirtió en uno de sus apoyos más fuertes.
Dos años más tarde, después de dos campañas senatoriales fracasadas, Sampson obtuvo su primera victoria a nivel nacional. Según un comentarista, Judd no olvidó nunca el «comportamiento generoso» de Sampson e hizo «más que nadie» para garantizar la elección de Sampson.
En 1999, C-SPAN, el canal de televisión por cable especializado en política, realizó una encuesta a más de mil espectadores entendidos. Entre otras cosas, tenían que puntuar la efectividad de Sampson y de tres docenas de políticos más que rivalizaban por puestos similares. Sampson ocupó el primer puesto en la encuesta, recibiendo las notas más altas. A pesar de sus derrotas, era más popular que todos los demás políticos de la lista. Pero ¿sabe una cosa? Sampson’s Ghost era un seudónimo que el pueblerino utilizaba en sus cartas.
Su verdadero nombre era Abraham Lincoln.
Brutal
Gracias Javier, la verdad es que la historia es para recapacitar.
Los mejores son los “Disagreeable givers”, sin duda, seriedad, sobriedad, trabajo duro y preocupación por el bien común.
Relacionado con esto, Jonh Templeton, entre sus consejos, ya decía que a la hora de realizar una tarea había que llegar siempre un poquito más allá de lo inicialmente planeado, había siempre que ejecutar el trabajo de manera algo más completa que lo que meramente se pedía.
Gracias por el comentario Alejandro, no conocía el consejo del gran Templeton.
Al final todos los grandes, incluidos los clásicos acaban recomendando lo mismo, ser generoso y entregarse a los demás.
Un saludo y buen día.
Muy buena historia. Una filosofía muy parecida a la forma de vida en Japón. Todo el mundo intenta dar lo mejor de sí en sus trabajos diarios (sean cual sea el puesto que ocupen), buscando el bien común en lugar de la recompensa propia. Prima la sociedad por encima del individuo. A diferencia de la filosofía occidental donde desde pequeños nos enseñan siempre a intentar ganar sea como sea. Al segundo nadie le recuerda. Esta filosofía aunque puede sacar lo mejor de uno mismo, también saca a relucir muchas frustraciones y a crear un sentimiento continuo de infelicidad, ya que siempre se necesitas más, más y mas.
Muy interesante el artículo. Muchas gracias como siempre por compartir.
Una filosofía con la que cada vez estoy más de acuerdo y que sin duda intentaré inculcar y aplicar.
Gracias por el comentario Sergio.
Había escuchado lo de Japón y en algunas películas se ve, a ver si voy pronto y lo compruebo personalmente.
La verdad es que es cierto lo que comentas, en occidente la cultura es personalista e individual, lo que nos ha llevado a la riqueza pero quizá hemos pagado demasiado por ello. Pero lo curiosos de la historia y del libro, es que incluso en esta sociedad occidental, ser generoso se ha demostrado un patrón básico para tener éxito.
Sin duda da que pensar.
Un saludo.